¿POSITIVIZAR?. SI GRACIAS.

La gran mayoría de la sociedad, es la generación de la queja. Si no estáis de acuerdo haced la prueba: mantened una conversación con cualquier persona, tan solo tendréis que esperar un par de minutos como máximo para que aparezca una queja. Puede ser porque alguien no ha actuado como ellos querían, a pesar de haber hecho algo por ellos (siempre de agradecer, ¿o no?) por desear algo que no tienen, porque los niños se mueven demasiado, porque su jefe le exige lo razonablemente razonable, porque hace sol o porque no llueve.

El motivo es lo de menos, el hecho es que siempre habrá un motivo para quejarse (dejaré el tema de la crítica para otro post). Si les ha tocado la lotería se quejarán porque no ha sido suficiente, si alguien les ha hecho ganar un dinero sin esfuerzo, se quejarán de que esa persona no les haya hecho ganar más o porque haya cancelado una forma de ganancia, vete tú a saber…

El caso es quejarse de lo que no se tiene en lugar de mirar y disfrutar de lo que SÍ se posee, que es mucho.

Mirad a vuestro alrededor y maravillaros de todo lo que las personas, algunas os conocen, otras son anónimas, hacen por vosotros…y lo hacen porque sí, porque han conseguido ser felices y desean compartir esa felicidad con el mundo y con todos sus habitantes. Algo para pensar largo y tendido, ¿no os parece?

Yo os propongo un reto para este año que acaba de comenzar: cambiar el chip.

El éxito de cumplir todo aquello que deseemos tan solo tiene tres ingredientes: persistencia, positividad e imaginación. Y si además lo hacemos con alegría, nos daremos cuenta que eliminaremos esa crítica que tan solo da lugar a mucha más negatividad, e iremos consiguiendo nuestros sueños haciendo el camino un poquito menos pesaroso para aquellos que lo están pasando mal, como si fuésemos una linternita en su camino…por un ratito…

Este es uno de mis cuentos preferidos, porque tiene dos de estos tres ingredientes…pura magia en acción. Espero que os guste.
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Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama de tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación.

El otro hombre tenía que estar postrado continuamente boca arriba. Al compartir habitación ambos hombres establecieron amistad y hablaban durante horas de sus problemas, sus familias, trabajo…

Y cada tarde, cuando el hombre de la cama que estaba junto a la ventana podía sentarse, comenzó a describir el mundo exterior, tal y como él lo veía a través de la ventana.

Le animaba de tal modo, que el hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas, en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades, colores del mundo exterior.

La ventana daba a un parque con un precioso lago donde nadaban patos y cisnes mientras los niños correteaban jugando por doquier. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris, grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la ciudad.

El hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito, mientras su amigo cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena. En una ocasión explicaba de tal forma cómo desfilaba una banda de música, que a pesar de que el hombre postrado no pudiera verla realmente, sí sentía cada movimiento y cada sonido.

Pasaron días y semanas hasta que una mañana, la enfermera de día entró con el agua para bañarles y encontró el cuerpo sin vida del hombre de la ventana. Había muerto plácidamente mientras dormía.

El compañero de habitación se entristeció muchísimo y le comentó a la enfermera:

-¿Sabe? Nos habíamos hecho muy amigos y ansiaba cada día los momentos en los que él podía levantarse y describir el paisaje que hay detrás de esa ventana.

-¿qué ventana?-respondió la enfermera-¿ésta?

-Sí, quizás usted fuera tan amable de acercar mi cama un poco más para que pueda ver con mis propios ojos lo que muestra…

La enfermera con una sonrisa y mucha suavidad movió al enfermo hasta la ventana, y cuál fue su sorpresa al ver que el paisaje que en realidad mostraba era un muro alto pintado de blanco.

-No puede ser-dijo sorprendido el enfermo- mi amigo me describía unas vistas bellísimas desde esta ventana, tanto que me animaban día a día a seguir viviendo.

-¿Su compañero de habitación?-respondió la enfermera- usted debe estar equivocado, su compañero de cuarto era ciego.

Entonces el enfermo se dio cuenta de cuánto había hecho su compañero por él, sin perder el humor ni quejarse por tan solo un solo minuto de su propio estado.

Cerró los ojos y le dió las gracias en silencio esbozando una gran sonrisa de gratitud.
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Diana Llapart Grupo AMTH

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